jueves, 30 de mayo de 2013

My beautiful selfish economy

Hazlo tú mismo y hazlo ya es una de las máximas del punk. Sepas o no sepas tocar la guitarra, sepas o no sepas cantar hazlo y exprésate. Sepas o no de moda créate tu propio estilo, rompe las prendas, desgástalas, píntate el pelo de colores imposibles. El punk significa acabar con el poder de las grandes corporaciones y apostar por los valores individuales. Eso es a lo que apunta el nuevo modelo económico al que se parece tender. Si no te lo dan lo coges tú, diferénciate de la masa y vende lo que seas. No hay un juez acerca de la calidad más allá de que si te lo compran vale.

Reivindicar el propio espacio y no buscar un lugar donde encajar. Roto el contrato social por incumplimiento de las grandes empresas y de los gobiernos se impone el pensamiento posmoderno de la pluralidad de individuos diferentes remando hacia sí mismos como salida a la crisis económica. Lo que hoy se llama emprendimiento se fundamenta en esa misma filosofía y hoy parece la panacea para la crisis económica de la que, por otro lado, se habla como si fuera una especie de fenómeno natural del que nadie es responsable. ¿Acaso “When you got no money I got no emotions for anybody else” (No feelings, Sex Pistols) no encaja a la perfección con el sistema económico liberal e individualista?. El punk se declara abiertamente egoísta y egocéntrico el mismo canto a la autosuficiencia que proclama la cultura del emprendedor.



El punk nunca se avergonzó de ganar dinero con lo que hacía, cuanto más mejor, ni pretendía ser un colectivo, no tuvo jamás un sentimiento de solidaridad con los iguales más allá del grito de rechazo hacia unos modelos sociales que habían fracasado. Los valores de igualdad, libertad y fraternidad no eran más que una patraña de los Estados que prometían un mundo mejor tras el purgatorio. Un mundo mejor de colectivización que llegaría tras una época de transición que nunca acabó de pasar. Rota la confianza en la comunidad solo queda creer en uno mismo y apostar por los proyectos propios por muy descabellados que sean. El punk no cree en el amor al prójimo ni en la colectividad porque no son más que espejismos engañabobos. Es el grito de la decepción que, a diferencia su hijo llorica el grunge, es pura vida, pura acción.

Liberados del herido de muerte Estado de bienestar queda la falta de responsabilidad con los que no dan más que promesas que sabemos que no van a cumplir. Ese descaro que tenía un punki que pululaba hace años por Madrid portando un cartel con la leyenda “No es para comer es para drogas” y que tuvo Johnny Rotten afirmando que su vuelta no se debía a ningún tipo de romanticismo sino a llevarse la pasta es lo que hoy vuelve no sé si para quedarse o como transición hacia otro modelo de colectivización.

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