jueves, 6 de marzo de 2014

Guarde la fila Panero


A Leopoldo le importaría un carajo que los grandes medios no hayan certificado su defunción ni tuvieran preparada su necrológica pero a mí no. Le daría igual porque se le caía la lucidez en cada palabra y porque aguantaba con santa paciencia la ceguera de los medios a quienes interesaba más el loco que el poeta. A mí no me da lo mismo que pase sin pena ni gloria la desaparición de uno de los últimos representantes de la intelectualidad honesta sin imposturas que respondía con exquisita educación y elegancia a las pueriles preguntas acerca de su supuesta deficiencia mental de quienes no veían al genio.

No sé si han sido sus pasadas simpatías con el comunismo, la liberalidad sexual que se le presuponía (de la que nunca quiso hacer gala) la crítica a la sociedad de rancio abolengo que supuso su vida o simplemente la superficialidad que domina la comunicación que describí en Create a mainstream market la que ha hecho que haya tenido poca y tardía repercusión, “todos esos ojos cubiertos de legañas, como quién no acaba jamás de despertar, como mirando sin ver”.



Hablaba de la muerte y la desidia como buen amante de la vida que se le quedaba chica sin sus grandes y pequeños excesos. Cronista de El desencanto con acento pijo de burgués provinciano, Leopoldo María Panero pasó los últimos años enganchado a la cola light y a los cigarrillos rubios mirando hacia el abismo de la mediocridad, apartado de un mundo que conjura contra lo excepcional y recorta la humanidad por la línea de puntos que separa lo normal de lo anormal y al loco del cuerdo.



Desconozco si leyó a Foucault y su Historia de la locura y se inspiró en ella cuando decía que la locura era un invento de los médicos y de quienes creen que pueden dividir el mundo mediante las rejas de los test y los manuales. Un invento de quienes intentan engrasar con medicinas la pieza que chirría y que no lograron curar, solo adormecer, al niño arrugado que aún creía que un mundo con dragones era posible y mucho más divertido, amparándose en el escudo del sufrimiento. Oh, el sufrimiento, qué gran excusa para expulsar o acallar a quienes, como él, huían de la normativización y darles fraternalmente la paz mediante el encierro del psiquiátrico y la medicación.

Quién sabe si no ha sido el aburrimiento lo que ha matado a este hombre que mantenía esa luz inocente en su mirada que solo perdura a través de los años en quién nunca encajó en ese invento que los sabios modernos llaman infancia, con sus ciclos y etapas, todas bien definidas. Mantente en la fila niño Panero y di quién o qué eres o te quedas sin recreo.

4 comentarios:

  1. Bonito texto! A pesar de mi pasado relacionado con la Psicología entiendo bien los puntos que criticas. Y tienes razón. Como la tenía Foucault. La locura es inherente en muchos casos a la creatividad. ¿Y qué es lo normal? ¿Es clara la separación entre lo normal y lo anormal? Está claro que no. Todo es muy relativo. Son los síntomas lo que lo separan a uno de un trastorno, dictados por el DSM V o el CIE XI, unos síntomas centrales y otros axiales. Lo que está claro es que la saga Panero estuvo tocada por la familia que tuvo. La vida es corta, lo ideal es que te dejen en paz para poder vivirla tranquilo e intensamente. Vivir a tus anchas. Él hizo lo que le dió la gana según le dejaron sus estancias psiquiátricas. ¡Viva la gente que vive pisando los márgenes, al margen de lo normativo!

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    1. Mi espíritu de filósofa me acompaña y siempre me queda, como a Panero y a Foucault la sospecha sobre si según que cosas consideradas enfermedad son en realidad rasgos de carácter y si de una persona considerada sana puede salir algo realmente sublime. Y la anulación del sufrimiento siempre me recuerda al soma de Un mund feliz. racias por tu comentario Andrés :)

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